Dice mi amigo Salus que un libro es excelente cuando provoca
horas de reflexión, debate o la necesidad de escribir sobre él. Yo no puedo
estar más de acuerdo, aunque añadiría que un libro también es excelente cuando
te hace viajar a un lugar o conocer otra obra literaria, musical o pictórica… En
estos días en que tanto se habla de la huella ecológica de coger un avión y la
sostenibilidad en los viajes, es necesario reivindicar al libro como el medio
de transporte más barato y ecológico que existe. Leer y viajar son dos
aficiones que tienen en común multitud de cosas; el ver el mundo con otros
ojos, replantearte prejuicios (no voy a repetir las palabras de Pio Baroja que
están muy manidas, pero quizás el conflicto catalán se solucionase extendiendo
la costumbre de Sant Jordi en el resto de España y bajando el precio del puente
aéreo para los catalanes) y aprender que hay muchos mundos ahí fuera, cercanos
y lejanos, y sobre todo el poder de evocar. Una de las cosas que más me han
fascinado siempre de leer, son las descripciones de las ciudades o paisajes
donde se desarrolla la acción de la novela, de las culturas que la pueblan y de
la historia que ha moldeado su arquitectura, su gastronomía y sus gentes. La
primera vez que visité Londres no tuve más remedio que buscar el inexistente
número 221B de Baker Street donde tantas veces mi imaginación había ido a pedir
consejo a Sherlock Holmes. En mi reciente viaje a Roma, Santiago Posteguillo,
Rex Warner y Robert Graves me ayudaron a imaginarme el foro como fuera en la
época de Escipión, en la de Cesar y Octavio, en la de Claudio, en la de la
dinastía Flavia, en la de Trajano y en la de Septimio Severo. Y cuando el
trabajo me llevó a Moscú, no me resistí a pasear por la calle Arbat, donde
Tolstoi colocó a la aristocracia de Guerra y Paz celebrando bailes y negando la
ilustración (en francés), al tiempo que sus súbditos se batían (en ruso) contra
Bonaparte (la versión reducida en formato musical nos la cede Tchaikovsky sometiendo
a la Marsellesa en la Obertura 1812). Venecia
es carnaval, es la tempestad de Juan Manuel de Prada en el que nos habla de
otra tempestad, el cuadro de Giorgione, mientras pasea por sus puentes y navega
por sus canales, el provocador maridaje cultural entre letras, arte y viajes
que le valió un premio planeta. Sinergias. Nueva York fue el cine y no la
literatura el que me inspiró muchos de los paseos por sus calles antes de vivir
allí. A posteriori he recorrido sus calles con Paul Aster, Scott Fitzgerald,
Edward Rutherfurd (regalo de despedida de mis amigos neoyorkinos) o Eric
González (gracias Fran), pero es una ciudad que respira e inspira séptimo arte
y la última prueba de ello es el enésimo lugar de culto de los turistas cinéfilos
que visitan Nueva York, la escalera del Bronx que ha puesto de moda Jocker.
María Dueñas
Aunque tras algún viaje o libro me he animado a tomar
algunas notas, soy lego en turismo o letras así que nunca me he atrevido a
darles forma de artículo, guía de viajes o crítica literaria. Sin embargo, cuando
empecé a leer las hijas del capitán de María Dueñas, encontré los
suficientes puntos de conexión entre la novela, los rincones de una ciudad que
conozco bien y mi propia experiencia, aderezado con el punto interesante de
comparar el paso de 80 años entre la ciudad que estoy leyendo y la que tuve la
oportunidad de vivir, para hacer un artículo que combinase eso, guía de viajes
y opinión literaria.
Antes de hablar de la novela y de la ciudad, cabe destacar
que pocos autores como María Dueñas (uno de los escritores contemporáneos
españoles junto con Pérez Reverte más llevados a la pantalla), me sirven para
mezclar viajes, historia y literatura. Sus novelas podrían pasar por una guía
lonely planet novelada de un tiempo pasado. El Nueva York de la gran depresión
de Las Hijas del Capitán, el nido de víboras que eran dos ciudades como
Tetuán y Lisboa en plena guerra civil española de el tiempo entre costuras
o el olor a azúcar, tabaco y café de la Habana y a vino del Jerez del siglo XIX
de la templanza. Sus libros podrán gustar más o menos, pero si por algo
destaca esta autora es en hacerte viajar al tiempo y lugar en que transcurren
sus novelas.
Las hijas del Capitán
El libro cuenta la historia de tres hermanas malagueñas y su
madre, que emigran a Nueva York en 1936, arrastradas por los sueños de
prosperidad de un padre que muere al poco de llegar ellas y que sólo les deja
en herencia una escasamente rentable casa de comidas y un buen puñado de
deudas. En su lucha por salir adelante se centra la trama de una novela que me
ha gustado en parte, pero que tiene ingredientes muy interesantes.
Como ya he citado, la ambientación me parece excelente, se
describe con mucho detalle cómo era el micro-mundo de la colonia de Little
Spain en Nueva York y la vida de los que la poblaban, haciendo un esfuerzo
tremendo por mantener sus costumbres y su forma de vida a 5700 kilómetros de
distancia de su casa. La trama de la novela es bastante entretenida (aunque
creo que se va desinflando con el paso de las páginas) y se lee muy fácil. Está
hecha para eso, para ser best seller (sin ningún matiz despectivo), y por eso
encontramos un lenguaje cinematográfico, capítulos muy cortos y mucha acción
(con acción no me refiero a persecuciones y explosiones, sino a que ocurren muchas
cosas en todas las páginas). De hecho, una de las cosas que a mi menos me
gustan del libro es precisamente que ese exceso de acción hace que no se
profundice en otros aspectos que para mí hubieran sido interesantes, como el
aspecto emocional de unos personajes sometidos a muchas dificultades, tensiones,
frustraciones, sorpresa ante una ciudad tan diferente a su mundo y disgustos; o
como el contexto político preguerra civil que, aunque se cita en un par de ocasiones,
estoy seguro que estaba mucho más presente entre las conversaciones diarias de los
inmigrantes españoles de la colonia de lo que se refleja en el libro.
Los personajes femeninos (protagonistas indiscutibles de las
novelas), a pesar de que se pase muy de soslayo por su aspecto emocional, creo
que están bien cuidados. Sin llegar a ser redondos a mi juicio (ya que acusan
un excesivo maniqueísmo propio del mercado al que va dirigido el libro), se
diferencian claramente sus variadas personalidades, que los llevan por diversos
caminos que a su vez sirven para introducir pinceladas de la ciudad mezcladas
con contrastes de la época (diferencia de clases, papel de la mujer, etc.)
entre dos culturas distintas, la española y la neoyorkina. Los personajes
masculinos (más secundarios) tienen menos profundidad y creo que a veces la
autora cae en una excesiva simplificación y ridiculización, llegando al esperpento
en la escena de la masturbación del oficinista (y no es que me haya dado un
brote de pudor católico (se pueden escribir muy buenas pajas literarias, véase a
Philip Roth), pero es que da la impresión que el pasaje está metido solamente
para hacer el chascarrillo, sin una función concreta dentro de la trama o la
descripción).
Los inmigrantes
El libro es un homenaje a los inmigrantes españoles que,
durante buena parte del siglo XX buscaron el pan que se les negaba en España,
en otros países donde había más oportunidades. El primer paralelismo que me
llamó la atención es que, al igual que las protagonistas, yo había sido
inmigrante en Nueva York. Pero me bastaron un par de párrafos para darme cuenta
de que la comparación era ridícula. La inmigración española a principios de siglo
XX a EEUU o Argentina, o en los años 60 a Alemania, no tiene ninguna
comparación posible con la que muchos jóvenes hemos vivido en estos últimos
años a EEUU, Reino Unido o la propia Alemania. De hecho, a nuestra experiencia
fuera se le buscó un nuevo nombre para que no nos sintiéramos agredidos con una
palabra que por desgracia cada vez tiene más apreciaciones negativas en la
sociedad de la posverdad trumpiana. A muchos de nosotros no nos llamaban inmigrantes,
sino expatriados. Y aunque signifique lo mismo, es cierto que yo me fui a EEUU
con un buen sueldo, un apartamento previamente buscado en el barrio hípster de
Brooklyn, Google map en el bolsillo, un billete de vuelta y mi presentación al
grupo de Facebook de españoles en Nueva York para tener con quien tomarme una
cerveza los primeros días. Tengo otros amigos que se han ido a fregar platos
sin conocer el idioma y han tenido una situación más precaria hasta conseguir
establecerse, pero está claro que sigue sin tener nada que ver. Las hijas del
capitán, inmigrantes españolas en el EEUU de la gran depresión se parecen mucho
más a la inmigración subsahariana que nosotros recibimos actualmente, personas
que van a otro país con más oportunidades a ganarse la vida, que no tienen ni
puta idea de lo que se van a encontrar cuando lleguen y que son tratados con
recelo (sino odio) como ciudadanos de segunda o de tercera, viéndose obligados
a realizar los trabajos que, ni los españoles de ahora ni los americanos de
entonces, queremos, para pagar una habitación compartida con algunos otros
compatriotas.
La llegada incesante de inmigrantes a Nueva York durante los
últimos dos siglos queda patente en su actual crisol de nacionalidades,
culturas y religiones. El siguiente fragmento del libro destaca esa seña de
identidad de la ciudad.
“Pero Nueva York tardaría poco en despertarse, en breve siete
millones de seres humanos abrirían los ojos y se pondrían en pie. Más de una
tercera parte eran gentes llegadas de otros mundos, nacidas en tierras
distantes en las que se hablaban otras lenguas y la vida se percibía de una
manera distinta. El hambre, la incertidumbre, las guerras, los anhelos e
inquietudes los arrastraron a aquel nuevo mundo y ahora formaban parte
imprescindible del tejido de la ciudad. Desde los primeros holandeses que
arribaron en esas costas llamándolas <<Nieuw Amsterdam>>, hasta las
hermanas Arenas llegadas desde el sur de la vieja España, Nueva York había sido
a lo largo de los siglos un Imán. Ucranianos, franceses, polacos, cubanos, ingleses,
albaneses, griegos, alemanes, noruegos, italianos, irlandeses, argentinos,
salvadoreños…Todos habían tenido cabida y, con su esfuerzo diario, todos habían
aportado su granito de arena para que la ciudad siguiera funcionando engrasada”.
Lo primero que aprendes cuando pisas Nueva York y empiezas a
interactuar con sus gentes, es que no es una ciudad de EEUU, sino que es la
mejor representación posible de aldea global. Es muy curioso la primera vez que
te montas en el metro y en un solo vagón te encuentras a un rastafari en traje,
a un judío ortodoxo con sus payot y sus sombreros shtreimels, a un sij con
turbante, asiáticos con multitud de rasgos reflejando distintas nacionalidades,
etc.
El choque de la concepción que se ha tenido tradicionalmente
en EEUU del inmigrante con la situación que están viviendo hoy en día me hace
enlazar este fragmento con un artículo del 4 de febrero de 2019 del Newyorker
en el que el autor (Eric Alterman) decía:
Republicans, for the past few decades, have depended
on Americans’ inability to make sense of history in judging their policies. How
else to explain the fact that, under Trump, they have succeeded in turning
legal immigration into the excuse for all the country’s ills, when any clear
historical analysis would demonstrate that it has been the fount of the lion’s
share of America’s innovation, creativity, and economic production?
Lo traduzco: "los conservadores, durante las últimas décadas,
han dependido de la incapacidad de los americanos de utilizar la historia para
juzgar sus políticas. ¿De qué otra manera explicar el hecho de que, bajo el
gobierno de Trump, han tenido éxito en convertir la inmigración en la causa de
todos los problemas del país, cuando cualquier análisis histórico demostraría
que en realidad lo que ha sido es la principal causa de la innovación,
creatividad y productividad americana?"
El Choque urbano-rural
Otro de los temas que se ven
dibujados en el libro a través de Doña Remedios (la madre de las hijas del
Capitán) es la impersonalidad y la ausencia del sentido de comunidad de la gran
ciudad moderna en contraposición con los pueblos o los barrios de las ciudades españolas
de la época. Hecho que refleja Chueca Goitia en su libro breve
historia del urbanismo criticando la pérdida del ágora, la calle o la plaza
pública como catalizador de las relaciones vecinales en la ciudad moderna. El fragmento siguiente es una muestra de un tema que
está presente constantemente en la trama:
“Al menos antes, cada vez que alguna se descarriaba, siempre había alguien
que con mejor o peor intención la ponía sobre aviso. Las vecinas, la familia,
las comadres de Mama Pepa, alguna chismosa en cualquier esquina del barrio o el
primer correveidile que pasaba por su puerta. No te descuides, Remedios, le
advertían, que a la grande la anda rondando un señorito conaire de frescales;
ándate con ojo, mujer, que a la mediana la han visto por ahí muy suelta… Pero
nada es lo mismo en esta jodida ciudad, se lamentó agria, a viva voz en medio
de la calle. Aquí cada cual va a lo suyo y nadie te viene con avisos ni
consejos.”
En este sentido (y sin caer en la defensa de la rumorología
ni del cotilleo, germen de la revolución cognitiva del ser humano según Yuval
Noah Harari en su obra maestra, Sapiens), el nuevo urbanismo de puertas
hacia dentro en ciudades o hiper concentradas o hiper dispersas, junto a la
tendencia individualista de la sociedad actual, está destruyendo los lazos
vecinales. Deberíamos buscar formas de reconstruirlos, quizás diferentes a como
los conocíamos hasta ahora, pues están en la base de nuestra cultura más
primaria.
Los lugares de Nueva York
Nueva York tiene muchas caras. Cada barrio tiene
personalidad propia, lugares interesantes que visitar, arquitectura y cultura
diferenciada, bares con distinto ambiente, escenas famosas de película, etc. La
ciudad se divide en 5 distritos (Manhattan, Brooklyn, Queens, Bronx y Staten
Island), cada uno con sus propios barrios. Para que comprendamos la magnitud de
la ciudad, Brooklyn (2,5 millones de habitantes) y Queens (2,3), si fueran
ciudades independientes, serían la cuarta y la quinta ciudades de EEUU por
población. Vamos a intentar centrarnos en los lugares de la ciudad por los que
transcurre la novela, que salvo unos capítulos que se traslada a Brooklyn
Heights (uno de los barrios de Brooklyn), se desarrolla en Manhattan:
-
Little Spain y la Nacional. Si visitas la gran
manzana en el 2020 y buscas Little Spain, Google te va a llevar a un mercado
recién inaugurado por los cocineros José Andrés y Ferrán Adriá en el barrio de
Chelsea, a semejanza de lo que los italianos habían hecho ya con el mercado
Eataly en la esquina donde se cruza Broadway con la 5ª Avenida. Sin embargo, hace
cien años, Little Spain era una colonia humilde de inmigrantes españoles que
habitaban y tenían sus negocios en la calle 14 entre la 7ª y la 8ª avenida. En
las hijas del capitán se nos cuenta como la colonia estaba repleta de bares,
restaurantes, tiendas, funerarias, tintorerías con letreros en español. Al
contrario de lo que ocurre en otros barrios con origen étnico común como China
Town, Little Italy, Korea Town, Greenpoint (el barrio polaco, donde viví un
tiempo) o la zona judía ortodoxa de Williamsburg, que siguen existiendo desde
aquella época y son un gran atractivo turístico a día de hoy, Little Spain se fue
disolviendo y hoy si paseamos por esa manzana, solo encontraremos un vestigio
de lo que fue su corazón, la Nacional. La Nacional se fundó a finales del siglo
XIX como un centro de ayuda mutua entre la comunidad inmigrante española para
facilitar alojamiento, empleo y asistencia médica a los recién llegados y para
socorrer a los vecinos en momentos de necesidad. A día de hoy, la Nacional no
cumple esa función, pero sigue siendo un punto de encuentro de los españoles en
la gran manzana que asisten a menudo para ver exposiciones y actividades
culturales de autores patrios y por supuesto para ver los partidos de la selección.
La final de Champions de 2014 en la que el Real Madrid levantó la 10ª ganándole
al Atlético, yo la vi en la Nacional junto a otros amigos españoles. Entre
cerveza y cerveza conocimos a dos vascos y dos mejicanos a los que a día de hoy
sigo considerando amigos en la distancia. Hoy día ya no existen en la calle 14
otros comercios españoles que se describen en la novela como la Bilbaina, Casa
Victoria, etc. Sin embargo, por otros rincones de Nueva York encontramos muchos
restaurantes y comercios españoles como el restaurante Casa Galicia en Queens o
la tienda de productos españoles gourmet (jamón, queso, vino, aceite, anchoas,
etc.) Despaña, en pleno Soho[1].
-
La calle 14 más allá de Little Spain. En la
novela sólo aparece el tramo de la calle 14 que queda entre la séptima y la
octava avenida, donde se concentraba, como hemos comentado, la colonia
española. Sin embargo, para mí, esa calle tiene una significación muy especial
más hacia el oeste, entre University Place y Broadway, las avenidas que limitan
Union Sq, una plaza llena de vida muy cerca de donde yo trabajaba. En esa plaza
se celebran mercados ecológicos regularmente y uno de los mejores mercadillos
de navidad (junto al de Bryan Park). También encontrarás puestos de comida
callejera y gente jugando al ajedrez. Es una zona plagada de restaurantes, como
el vietnamita Saigon Market, el coreano Republic, el Coffe shop o el mejicano
el Dorado. Encontrarás también una de las mejores librerías de la ciudad y
posiblemente del mundo, The Strand. Si en lugar de hacia el oeste, desde Little
Spain sigues la calle 14 hacia el este, llegarás al Meatpacking district, con
sus calles de adoquines, los edificios industriales y esos típicos depósitos de
agua en las azoteas. Llamado así por ser un antiguo mercado de carne (donde probablemente
Mona, la hermana mediana de la novela, comprase para la casa de comidas), hoy
en día se ha transformado en el barrio de moda para salir y dejarse ver (en uno
de sus muchos bares nos encontramos a Rihanna y Snoop Dog). En este barrio
encontramos el Standard hotel (hotel que alberga los dos mejores rooftop de la
ciudad), un magnífico biergarten alemán que solíamos frecuentar, Troy, el bar
escondido en el restaurante Dos Caminos (Nueva York tiene muchos bares ocultos
en la trastienda de otros negocios, conocidos como Speakeasy y que provienen de
la época de la ley seca). Vas a encontrar además el high line, una antigua vía
de tren elevada, hoy convertida en parque, que te llevará hasta otro barrio de
visita obligada, Chealsea (hogar del ambiente LGTBI, las galerías de arte
alternativas (con inauguraciones todos los jueves), del Chealsea Market y del
Frying Pan, una magnífica terraza-bar sobre uno de los muelles de la zona).
-
Las azoteas. En la novela, vemos como la mediana
de las hermanas, Mona, utiliza una azotea para hacer un casting de grupos y
músicos para el night club que pretende abrir. Las azoteas son unos de los elementos
que definen el espíritu de Nueva York. La vida se desarrolla en ellas como un
punto donde confluyen la intimidad de saber que no hay nadie más alto, el oasis
de tranquilidad en mitad de la jungla urbana y la espectacularidad visual-arquitectónica
de una ciudad que siempre mira hacia arriba. En muchas películas y series hemos
visto el protagonismo de estos espacios. Las hemos visto en Mad Men como el escenario
romántico de una infidelidad, en como conocí a vuestra madre como la mejor
fiesta de Halloween, en Friends como ensayo de baile de salón de Joey, como
musical en West Side Story, o como pista de despegue del vuelo alegórico de
Michael Keaton en Birdman. Cuando leí el capítulo que se desarrolla en la
azotea no pude sino pensar que quizás estaba leyendo el origen ficticio de lo
que hoy son los famosos rooftop neoyorkinos. Los bares y discotecas en las
azoteas de grandes rascacielos, aunque se han ido poniendo de moda por todas
las grandes ciudades, tienen su origen en la Gran Manzana, que sigue teniendo
algunos de los mejores del mundo:
o
230th fifth. El más turístico probablemente.
Situado, como su propio nombre indica, en el número 230 de la quinta avenida. Muy
recomendable para hacer brunch los fines de semana.
o
Boom
Boom Room y Le Bain. Mis dos favoritos. Situados ambos en el Standard
hotel. El Boom Boom Room te traslada al Nueva York de Fitzgerald y desde que
entras estás esperando tropezarte con Gatsby. Michael Fassbender protagoniza
una escena en este bar en la película de Steve McQueen, Shame. Jazz en directo
con vistas panorámicas a todo Manhattan, se exige media etiqueta. Si prefieres
ir en camiseta, al Le Bain se accede desde el mismo ascensor y aunque la
atmósfera no es felices años 20, comparte con el anterior las espectaculares
vistas, en este caso sólo hacia el sur.
o
Otros rooftops geniales: Ink48 (Hell’s Kitchen),
Wythe Hotel (Williamsburg, uno de los mejores sitios para ver el Skyline de
Manhattan, después de DUMBO, explanada con césped entre los puentes de Brooklym
y de Manhattan), Empire Hotel (discoteca en la última planta de este hotel
famoso por la serie Gossip Girl) o Pod 39 (Midtown, con magníficas vistas al
Chrysler Building y Empire State).
-
Night clubs. Las hijas del Capitán quieren abrir
un Night Club en el local que heredan en la calle 14. Para ello se sirven de
inspiración de dos referencias bastante opuestas. Una sería el chico, night
club regentado por españoles y a la que asistía la colonia española. El Segundo
es la sala de fiestas del Waldorf Astoria, uno de los hoteles más lujosos de la
ciudad tanto en aquella época como en la actualidad y que ha aparecido en
innumerables películas (El príncipe de Zamunda, Serendipity, Esencia de mujer,
Delitos y Faltas, etc.). Muy recomendable una visita al hall.
En mi caso, en lo que a clubs con música en directo se refiere, no puedo dejar de recomendar mi lugar favorito de la ciudad. A sólo unas calles de distancia de “el chico”, que aparece en la novela, se sitúa en Greenwich Village el Café Wha, donde empezaron músicos de la talla de Bob Dylan, Jimi Hendrix o Bruce Springsteen. El barrio Greenwich Village, junto con su vecino West Village es un pequeño pueblo dentro de la gran manzana donde el urbanismo en cuadrícula neoyorkino pierde su regularidad, con casas bajas de piedra rojiza, donde se sitúan en piso de la serie Friends y donde viven muchos famosos (la casa de Sarah Jessica Parker es lugar de peregrinación, ¿verdad Elena?). Es el barrio de Edward Hopper y pasear por sus calles es como adentrarnos en muchas de sus obras, con calles arboladas llenas de cafeterías, bares y restaurantes concurridos, locales con música en directo, teatros independientes, tiendas curiosas, librerías, tiendas de disco de segunda mano, locales de pizza a un dólar, clubes de Jazz (Blue Note) y happy hour (off the wagon). La plaza Washington Sq es el corazón del barrio, llena de estudiantes por su cercanía con la NYU y de músicos callejeros.
En mi caso, en lo que a clubs con música en directo se refiere, no puedo dejar de recomendar mi lugar favorito de la ciudad. A sólo unas calles de distancia de “el chico”, que aparece en la novela, se sitúa en Greenwich Village el Café Wha, donde empezaron músicos de la talla de Bob Dylan, Jimi Hendrix o Bruce Springsteen. El barrio Greenwich Village, junto con su vecino West Village es un pequeño pueblo dentro de la gran manzana donde el urbanismo en cuadrícula neoyorkino pierde su regularidad, con casas bajas de piedra rojiza, donde se sitúan en piso de la serie Friends y donde viven muchos famosos (la casa de Sarah Jessica Parker es lugar de peregrinación, ¿verdad Elena?). Es el barrio de Edward Hopper y pasear por sus calles es como adentrarnos en muchas de sus obras, con calles arboladas llenas de cafeterías, bares y restaurantes concurridos, locales con música en directo, teatros independientes, tiendas curiosas, librerías, tiendas de disco de segunda mano, locales de pizza a un dólar, clubes de Jazz (Blue Note) y happy hour (off the wagon). La plaza Washington Sq es el corazón del barrio, llena de estudiantes por su cercanía con la NYU y de músicos callejeros.
Personajes reales
Otra de las cosas que más me interesan del libro es como mezcla a los
personajes ficticios, a los protagonistas de la novela, con personajes reales. Nueva
York se caracteriza no sólo por atraer a inmigrantes con pocos recursos que
quieren ganarse la vida, sino también a personajes ilustres de diferentes
nacionalides atraidos por una ciduad que durante más de un siglo ha sido y
sigue siendo la capital mundial de los negocios, la cultura, la moda, la
arquitectura y de casi todas las disciplinas en las que se puede destacar. Ha
habido españoles “de pedigrí” en todas las épocas. Unos años antes de la novela
nos podríamos haber encontrado en las calles que rodean la Universidad de
Columbia (mi barrio durante otra parte del año que viví allí) o en los clubes
de Jazz a García Lorca, fabricando el poemario Un Poeta en Nueva York.
María Dueñas mezcla a sus personajes con españoles reales que en aquella época
vivían en la gran manzana, como Alfonso de Borbón y Battenberg (heredero en el
exilio al trono de una España Republicana) o Xavier Cugat (director de orquesta
catalán que introdujo en EEUU los ritmos caribeños y que era una autoridad en
el panorama musical americano en aquellos años). En el Nueva York actual nos
podemos encontrar por sus calles con representantes de las letras (Elvira Lindo
o Antonio Muñoz Molina), del deporte (Villa o Raul), del cine (Antonio Banderas
alterna Holliwood con Broadway), etc. Yo tuve la suerte de conocer a alguno de
estos representantes de las artes españolas, como Guillermo Fesser (integrante
del duo gomaespuma, actualmente residente en Uper State New York), Ágatha Ruiz
de la Prada o Almudena Ariza (corresponsal de TVE en Nueva York, con la que
coincidí en grupos de conversación en Inglés).
En conclusión, nos
encontramos con una novela interesante para viaja por 20€ a una parte
fundamental del Nueva York de los años 30, el Nueva York de los inmigrantes españoles,
italianos, asiáticos e hispanos, que construyeron el Nueva York actual.
[1] Si te
interesa conocer un poco más como era la vida en la colonia, me ha gustado
mucho este álbum del que he tomado prestada algunas fotos de este artículo: https://www.valeycentrocultural.org/wp-content/uploads/2012/07/La-colonia-Espa%C3%B1oles-en-NY.pdf
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