Escribe
Julian Barnes: “El Loro de Flaubert se llamaba Loulou. Tenía el cuerpo
verde, la punta de las alas rosa, la frente azul, y la garganta dorada”. Soy
incapaz de visualizar el color que tenía el plumaje del loro que el Tato solía
tener en el patio de su bar, pero uno de los recuerdos más vívidos de mi
infancia trata de las profundas conversaciones que solía tener con el animal mientras
mi padre apuraba el cubata. Por el gran bagaje cultural del loro, sospecho que
se trataba de un descendiente del mismísimo loro de Flaubert, el que Julian
Barnes retrata en la novela homónima y que aparece en un coeur simple de
Flaubert. O quizás fuera el loro de Doña Flora, cuya jaula tenía que
limpiar Gabrielillo en Trafalgar, el primer episodio nacional de Pérez Galdós y
probablemente el único Loro de la literatura no citado por Geoffrey
Braithwaite, el narrado ficticio de Barnes. Aunque, conociendo al
tato, tendría más sentido que fuera la reencarnación de Charlie Parker, el
pájaro del Jazz. [1]
En cualquier caso, y siendo el loro de
flaubert una de las novelas más famosas de Julian Barnes, no se me ocurría
mejor manera de comentar otra de sus novelas (la que nos ocupa hoy), el
ruido del tiempo, que charlando sobre literatura con el loro del Tato. Al
fin y al cabo, se acerca el carnaval, tiempo de quitarse la careta y asumir nuevas
personalidades, y como la Felicity del escritor francés con quien conversaba el
pájaro, yo también soy un personaje de pocas palabras.
Siguiendo el hilo de anteriores artículos y la ambientación
de la novela que nos ocupa hoy, podríamos estar haciendo un viaje a la URSS de
Stalin y de Krushev y a la música de la época. Sin embargo, en el ruido del
tiempo, Rusia, la música, los líderes soviéticos, y el mismísimo
protagonista, el celebérrimo compositor Dimitri Shostakóvich, son simple atrezo
para el verdadero viaje al que Julian Barnes nos invita, un viaje introspectivo
hacia el lado más original del artista, aquel que tiene que ver con las
emociones, con el miedo y la dicotomía de sus posibles respuestas, la cobardía
o la valentía. Es un viaje al lugar interior desde donde nace el arte y al
lugar exterior al que va dirigido. El novelista inglés, a través de los
recuerdos y el carrusel de pensamientos ficcionados de Shostakovich nos invita
a reflexionar sobre la relación del poder con el arte desde todos los planos
posibles (cuando es censurado, cuando es utilizado o cuando es una protesta
contra el poder), con el público objetivo del arte (¿A quién pertenece el
arte?), con la función del miedo como mecanismo de control social y con la
visión individual de este mismo miedo y la pusilanimidad en el interior de una
mente brillante pero fajada por la cobardía. Para mí, el título de la novela,
en un sentido formal y estilístico, es un reflejo del ruido de nuestra mente en
estado reflexivo que no conoce el descanso. No hay página del libro en la que
no te obligue a pensar en una idea, igual que no hay segundo en que seamos
capaces de dejar nuestra mente en blanco y apagar nuestro propio ruido del
tiempo (pasado y futuro).
Loro: ¡No seas estúpido! El título del libro hace
referencia a cómo, con el paso del tiempo y desligando a la obra de las
circunstancias del artista, lo único que queda es el arte por el arte, la
verdadera expresión del artista, sin matices ideológicos impuestos.
Ahora recuerdo que ese loro sólo sabía escupir insultos. La
novela consta de tres capítulos. Cada uno de ellos nos habla de la vida de
Shostakovich vista desde 3 momentos diferentes, claves en su vida: el primero
en 1936 tras una mala crítica de su ópera que puede mandarlo a Siberia, el
segundo en 1949 cuando asiste como representante de la URSS al Congreso
Cultural y Científico por la Paz Mundial en Nueva York y el tercero en 1960
cuando Krushev lo nombra presidente de la Unión de Compositores de la
Federación Rusa y se afilia al partido comunista. Tres momentos de su vida que
representan 3 formas de relación entre el arte y el poder.
El principio de la novela es completamente magnífico y te
introduce en muy pocas páginas en el ambiente de terror de los años de la purga
de Stalin previos a la segunda guerra mundial cuando, tanto rivales políticos
como escritores y artistas cuya línea no era considerada adecuada por el líder,
acabaron en sótanos del NKVD, en gulags siberianos o directamente
desaparecidos. Barnes lo cuenta situando a Shostakovich de pie toda la noche en
la puerta del ascensor de su edificio para que, cuando los agentes de la
policía política vengan a buscarlo, no despierten a su familia. En esas largas
horas de madrugada en que cada vez que suena el mecanismo del ascensor se
activa su mecanismo interno del miedo, repasa su vida en diapositivas, como
aquellas que dicen que aparecen por delante cuando sentimos la última llamada.
En breves pensamientos que apenas duran un párrafo, lleno de frases
excelentemente cuidadas repasa los momentos más importantes de su vida desde su
niñez, como la relación con su madre, a la que había sido incapaz de contradecir,
que marcarán su carácter gregario de adulto. El repaso de su vida sigue desde
su infancia hasta el día de 1936, ya como músico consagrado, en que se firmó su
sentencia de muerte. El día siguiente a que Stalin asistiera a la
representación de su ópera Lady Macbeth de Mtsensk, cuando el editorial del
Pravda tildara su obra de formalista y de bulla en vez de música.
Loro: Shostakovich sospecha que el editorial lo ha
escrito el propio Stalin porque es al único al que nadie se atrevería a
corregir los evidentes errores de redacción.
Esta circunstancia sirve al protagonista para reflexionar
acerca de a quién pertenece el arte. ¿Qué piensa el loro de esto?
Loro: En escasas franjas históricas encontramos
que el arte pertenezca al artista. Muy pocas veces el artista es completamente
libre y no se ve encorsetado por sus circunstancias históricas.
Yo: Pero es entendiendo esas circunstancias
históricas cuando somos capaces de captar la verdadera esencia del artista (entendiendo
la influencia del stalinismo en las piezas de Shostakovich por ejemplo).
Loro: Justo al contrario. El arte pertenece al
artista cuando es capaz de sortear sus circunstancias históricas y mandar un
mensaje a la posteridad. Por ejemplo, con la manera en que el carnaval una vez
reinstaurado por el franquismo es capaz de sortear con ingenio la censura, o
cuando el propio Shostakovich utiliza la ironía para criticar al Stalinismo sin
dejar de utilizar modelos musicales stalinistamente aceptables. Pero es difícil
encontrar la libertad y autenticidad pura del artista. Incluso hoy en día, la
mayoría de las películas que vemos y novelas que leemos son encargos de la
productora o la editorial. En la Edad Media el arte pertenecía a la iglesia, en
el renacimiento al mecenas que ponía el dinero, en el barroco a la nobleza y
los reyes, en la época moderna al burgués urbano culto y con dinero para ir a
galerías y teatros y con las vanguardias del siglo XX el arte fue dueño de sí
mismo, el arte pertenecía al arte. Hoy en día el arte pertenece al mercado (de
ahí que Maluma, Marvel y Dan Brown sean las expresiones artísticas más
cotizadas en el siglo XXI).
Yo: Bueno, pero eso es ocio. No toda la música, cine
o literatura tiene que removerte por dentro. Hay que diferenciar el ocio de la
cultura y ambos tienen su público. ¿Qué culpa tiene el dueño del cine de que a
la gente le guste más un tipo de películas que otro?
Loro: Sí. El problema es cuando el ocio consume
todo el espacio de la cultura. Si nos regimos sólo por leyes de mercado y a la
cultura no sé le da su espacio, cada vez tendrá menos público. Si el guion de
una película o de un libro lo elige un algoritmo que es capaz de predecir lo
que quiere el público, el arte y la cultura se convertirán en una fábrica. Volviendo
al libro, Lenin decía que el arte pertenecía al pueblo.
Yo: Pero muerto Lenin, en la URSS de Stalin no
importaba qué opinara el público o la crítica. La única pregunta importante era
si le había gustado al líder o no, y la respuesta podía significar la vida o la
muerte.
Del artículo del Pravda que inaugura la primera parte del
libro se puede obtener una idea bastante clara de lo que significaba el arte
para Stalin:
“los compositores fácilmente podían desviarse del tipo de
música que el pueblo deseaba oír. Y más aún, puesto que todos los compositores
eran empleados del Estado, era deber de éste, si cometían ofensas, intervenir y
obligarles a una mayor armonía con su público.”
“Es evidente que el compositor nunca ha considerado el
problema de lo que el público soviético busca en la música y espera de ella. Es
obvio el peligro que esto supone para la música soviética.”
Loro: Pero lo que pensaba Stalin no es aplicable
al papel del arte (ni al de muchas otras cosas) para el comunismo. El propio
Lenin (para quien la frase “el arte pertenece al pueblo” tenía un significado
diferente) dijo en su testamento que los únicos defectos del georgiano eran que
era un bruto y un grosero y que los miembros del partido debían buscar la forma
de destituirlo como secretario general. Su comprensión de la cultura, al igual
que de la revolución, era la de un iletrado reaccionario y obsesivo. Consideraba
que las composiciones simples y folclóricas eran las más altas representaciones
artísticas y que el arte abstracto y de vanguardia era despreciable arte formalista,
burgués.
Desde la revolución y durante todo el mandato de Lenin el
arte no sólo es considerablemente libre sino que entra en ebullición. Los
artistas crean un nuevo arte de estilo modernista, algo que había rechazado la
anterior clase aristocrática blanca. Aunque muchos artistas consagrados
emigraría ya en esta época a occidente debido a la guerra civil, los
integrantes de las vanguardias apoyaron la revolución, viéndola como una
oportunidad para abrir la cultura a otros horizontes diferente al monopolio academista
de la época anterior y para separar el arte y el estado. Artistas, escritores y
cineastas como Kandinsky, Pável Filónov, Malévich, Chagal, Eisenstein o Vladímir
Maiakovski disfrutaron de libertad artística y ocuparon puestos de
responsabilidad en la dirección cultural durante estos primeros años, antes de tener
que exiliarse o ser perseguidos, asesinados o simplemente silenciados con la
contrarrevolución termidoriana de Stalin.
[3]
[3]
Yo: ¿Qué opinaba Trotsky?
Loro: Trotsky también criticaba duramente la
política stalinista en “La revolución traicionada” donde definía la dramática
situación del arte en estos términos: “La vida del arte soviético es una
especie de martirologio. Después del artículo consigna de Pravda en contra del
“formalismo”, se inicia entre los escritores, los pintores, los directores
teatrales, y aun los cantantes de ópera, una epidemia de humillantes
retractaciones. Uno tras otro se arrepienten de sus propios pecados del pasado,
absteniéndose, por lo demás –por si acaso– de precisar lo que es el
“formalismo”. […] Los juicios literarios se revisan en unas cuantas semanas,
los manuales son corregidos. Las calles cambian de nombre y se levantan
monumentos porque Stalin ha hecho una observación elogiosa sobre Maiakovsky. La
impresión que una ópera produce a los altos dignatarios se transforma en una
directiva para los compositores”.
Yo: ¿la URSS es el primer país que se preocupa por el
arte de esa forma?
Loro: La censura del arte y el asesinato de
artistas rebeldes no ha sido monopolio de Stalin. En la historia encontramos
ejemplos de uno y otro. En la antigüedad clásica, Sócrates fue obligado por un
tribunal ateniense a beber cicuta por criticar la tiranía de Critias (aunque
realmente la acusación era por pervertir a la juventud, algo parecido a lo que
le pasa a Julian Assange en la actualidad), Ovidio fue desterrado por Augusto,
y Séneca condenado a muerte por tres emperadores romanos: Calígula, Claudio y
Nerón. ¡Cómo sería su oratoria para sobrevivir a dos de ellos! El Cristianismo
fue el gran censor de la Edad Media, desde el emperador Teodosio que ordenó
quemar todos los escritos de los enemigos de la nueva religión oficial, hasta la
prohibición de la traducción de la Biblia a idiomas vernáculos para que la
única interpretación posible fuera la institucional, que sería una de las
razones del surgimiento del protestantismo. ¡los pontífices siempre a la
vanguardia de los tiempos!
En el siglo XX encontramos ejemplos en el asesinato de
García Lorca por el franquismo, en la famosa noche de quema de libros
prohibidos del régimen Nazi (entre los autores que pasaron por el fuego
encontramos judíos como Einstein o Freud y críticos del fascismo como Thomas
Man o Hemingway), en el asesinato de Victor Jara por los golpistas de Pinochet,
en la prohibición del carnaval en la España franquista, en la lista negra de
McCarthy.
Yo: Vi una película sobre la lista negra muy
interesante, Trumbo. En ella se explica el ostracismo que vivieron grandes
guionistas como el propio Dalton Trumbo en los años 50 por su ideología de
izquierdas, alguno de los cuales llegaría a suicidarse.
Loro: Efectivamente. La purga se dio a ambos lados
del telón. Aunque yo hubiera cogido a Willy Toledo para el papel de Trumbo,
creo que se hubiera metido en el papel mejor que Bryan Cranston.
Yo: En la película Novecento de Bertolucci también
vemos una escena donde la policía censura al arte, impidendo la representación
de unos titiriteros que instaban a la huelga general.
Loro: ¿Eso no pasó hace un par de años en Madrid?
Yo: La película es del 76.
Loro: Me habré confundido. Otro caso parecido se
dio el año pasado en Valencia, cuando un grupo de “constitucionalistas” interrumpió
la emisión de “Cuando acabe la guerra” de Amenábar.
Yo: Te vuelves a equivocar. Eso ocurrió en 1930 en
Alemania. Goebbels, que después sería ministro de propaganda de Hitler, acompañado
de un grupo de camisas pardas, interrumpió la película “Sin novedad en el
frente occidental”. ¿Cómo va a ocurrir eso en el siglo XXI?
Loro: No doy una.
Yo: Pero nos estamos desviando de la novela. En el
segundo capítulo vemos un cambio en la forma de relación entre arte y poder. Han
pasado los años duros de Stalin y con todo sospechoso de disidente muerto o
encarcelado, el líder Soviético decide utilizar el arte en su favor. El poder
manda a Shostakovich a la conferencia de Paz de Nueva York como uno de sus
representantes y lo obliga a dar un discurso denostando al que para él era el
mejor compositor del siglo XX, su compatriota Stravinski, exiliado en EEUU.
Loro: El propio Krushev, tras la muerte de Stalin
criticó duramente su postura artística en tiempos de lo que él mismo llamó el
culto a la personalidad. Esta utilización de la fama del músico en beneficio de
la propaganda se ve aún más claramente en el tercer capítulo, cuando Nikita
Krushev lo nombra director de la Unión de Compositores y lo hace afiliarse al
partido. Con Krushchev en el poder, esta relación es mucho más relajada. La
censura sigue existiendo, pero se liberan artistas de los gulags y la
utilización del arte por el poder pasa a ser una petición y no una orden.
Yo: Bueno, tras 30 años de terror, a los escritores y
músicos a lo mejor se les había olvidado como ser asertivos. En el libro
aparece algún fragmento en el que Shostakovich se siente culpable por no
mostrar valentía en esos momentos (“las conversaciones con el poder se
volvieron más peligrosas para el alma. Antes habían puesto a prueba la magnitud
de su valor; ahora sondeaban la magnitud de su cobardía”). ¿Cuál era entonces
la visión común de la URSS sobre el arte?
Loro: Aunque de muy distinta manera, todos los
líderes soviéticos estaban de acuerdo en que la cultura era muy importante para
la formación del pueblo y por eso debía ser subvencionada por el Estado. El
pueblo necesitaba una formación básica para entender el arte y el arte
subvencionado (o permitido, según de quien hablemos) debía acercarse a lo que
todo el pueblo pudiese comprender, un tipo de música, pintura y literatura
derivadas del folclore con sentimiento nacionalista que ayudara a crear nuevos
mitos fundacionales, alejados de los símbolos de la Rusia Zarista, de Pedro y
Catalina.
Yo: Ahora que lo pienso, esa idea se refleja en una
película polaca maravillosa de 2018, Cold War de Pawlikowski, en la que
el protagonista crea una academia para jóvenes cantantes y bailarines que
representan la esencia del folclore nacional. La película está llena de
detalles que reflejan la relación del arte y el poder: la progresiva
apropiación de las músicas del pueblo por parte del Gobierno a fin de ponerlas
al servicio de la propaganda oficial, el retrato de Shostakovich presidiendo el
despacho del comisario político polaco cuando ya en tiempos de Krushev se ha
convertido en el músico oficial de la URSS, etc.
Loro: Shostakovich estaba empeñado en componer
música trágica, que reflejaba su estado de ánimo y su angustia, cuando Stalin
declaraba que vivía un tiempo feliz. Lo acusaron de formalismo. Sin embargo, en
la quinta y la sexta sinfonías compuso música optimista y conectada a los
símbolos del régimen, aunque algunos dicen que en realidad la obra es irónica y
hay oculta una crítica a Stalin.
Yo: Me cuesta captar el sarcasmo cuando la gente
bromea como para captar la ironía en la música. La única crítica que puedo
hacer de una obra musical es me gusta o no me gusta. No me pidas más.
Loro: A Barnes le pasa lo mismo.
Yo: Volvamos a la literatura que me siento más
cómodo. ¿En qué otros momentos históricos vemos la utilización propagandística
del arte por el poder?
Loro: Tenemos un claro ejemplo en la creación de
los mitos fundacionales del imperio romano, cuando Mecenas encarga a Virgilio
la Eneida para hacer la pelota a Octavio. La obra de Virgilio serviría para
ligar el poder de los emperadores a la estirpe de los héroes de la Guerra de
Troya, justificando la legitimidad semidivina de su gobierno. Una función
parecida desempeñaría el pintor Jacques Louis David para la revolución francesa
con cuadros como El juramento del Juego de Pelota y más tarde para Napoleón
(Napoleón cruzando los Alpes). También sería encarcelado en tiempos del
Directorio.
Yo: Pues como Shostakovich, que fue utilizado y
censurado por el poder a partes iguales.
Loro: En la fundación de EEUU vemos en la
utilización del arte un claro paralelismo de construcción de los mitos
fundacionales con lo que sería la Eneida para Roma. Los peregrinos del Myflower se identifican
con Eneas huyendo de Troya y George Washington es el Cesar Americano (el cuadro
del general cruzando el río Delawere de Emanuel Leutze es una clara referencia
a Cesar cruzando el Rubicón). Walt Whitman jugaría este papel desde la
literatura promoviendo la creación del concepto de mesianismo del pueblo americano
que tantas guerras en el exterior ha servido para justificar. Pero si hay un
tipo de arte que ha servido para promocionar las ideas surgidas de la Casa
Blanca y el Pentágono, ese ha sido el séptimo.
Yo: Bueno, en eso se parece entonces a la URSS. Lenin
dijo que, puesto que el arte pertenecía al pueblo, el cine era mucho más
valioso que la ópera para el gobierno soviético. No he visto ninguna película
rusa pero se me ocurren algunas americanas que se ensalza el patriotismo estadounidense,
como el patriota, el francotirador, 13 días, Rocky IV, etc.
Loro: No sólo la idea de gran nación sino también
los valores capitalistas y del american way of life. En “en busca de la
felicidad” sólo falta para completar el sueño americano que Will Smith se
tomara el café con una taza de Mr. Wonderful.
Yo: Supongo que durante la guerra fría sería aún peor
¿no?
Loro: Desde luego. Hollywood nos ha hecho creer
que el día D, con el desembarco del tío Sam en Normandía, fue el punto de
inflexión que salvó a occidente del nazismo, ignorando al millón y medio de
muertos de Stalingrado. Washington tenía departamentos específicos para
introducir sus valores en películas, al principio de una manera completamente
explícita con títulos como “Cita a las once” o “The Red Menace”. Pero después
de una manera mucho más sutil con la inserción de imágenes y diálogos
favorables a las tesis y los valores del mundo occidental. Lo dijo el propio
presidente de EEUU Dwight D. Eisenhower: “Nuestro objetivo en la guerra fría no
es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más
sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos,
que el mundo crea la verdad. (…) A los medios que vamos a emplear para extender
esta verdad se les suele llamar ‘guerra psicológica’. Es la lucha por ganar las
mentes y las voluntades de los hombres”. La CIA ayudó a financiar y distribuir
por todo el mundo la adaptación en dibujos animados del clásico de Orwell Rebelión
en la granja y propuso a las principales figuras del cine del momento, como
John Ford o John Wayne, que sus películas contuvieran un mensaje en defensa del
mundo libre y contra la tiranía comunista. Pero la guerra fría cultural no se
limitaría al cine. Incluso se sospecha que la CIA financió ediciones de libros
cuyo contenido se consideraba afín, como Un yanqui en la corte del rey Arturo o
Doctor Zhivago y que hizo campaña para que no le dieran el Nobel a Pablo
Neruda. Toda esta guerra fría cultural ha hecho que en occidente se identifique
al comunismo sólo con el peor momento de Stalin.
Yo: También se dibuja en el libro la relación del
poder con el arte que sirve para criticarlo. Shostakovich hace en la novela una
clara diferencia entre denunciar el poder desde fuera (como Stravinski) y lo
que le piden a él que haga (denunciarlo desde dentro): “querían tu sangre. Querían
mártires para demostrar la maldad del régimen. Pero el mártir tenías que ser tú,
no ellos. Querían que el artista fuera un gladiador que luchaba en público contra
fieras y cuya sangre manchaba la arena. Todo el mundo había querido de él más
de lo que podía dar. Pero lo único que él siempre había querido darles era
música. Ojalá las cosas fueran tan sencillas”
Loro: Bueno, ya hemos visto que criticar el poder
desde dentro suele tener consecuencias. También lo vivió Emile Zola, quien tuvo
que exiliarse de Francia después de su artículo “J’accuse…!” en el que
denunciaba el caso Dreyfus.
Yo: Esa historia se cuenta en la novela an officer
and a Spy de Robert Harris. Polanski la lleva al cine en 2020.
Loro: El Carnaval de Cádiz y los cineastas Michael
Moore y Oliver Stone son otro magnífico ejemplo de crítica al poder desde
dentro. Y el Guernica de Picasso es la representación artística pacifista y antifascista
más conocida.
Yo: Bueno, también hay otro fragmento del libro en el
que Shostakovich menciona a Picasso. Lo acusa de defender a Stalin desde su
residencia burguesa en París. "¡Qué fácil era ser comunista cuando no
vivías bajo el comunismo! Picasso se había pasado la vida pintando sus mierdas
y aclamando al poder soviético. Pero Dios no quiera que cualquier pobre
artistilla sometido a la férula soviética intente pintar como Picasso. Era
libre de decir la verdad: ¿por qué no lo hizo en nombre de quienes no podían?
En vez de eso, vivía como un hombre rico en París y en el sur de Francia
pintando una y otra vez su repugnante paloma de la paz. Él aborrecía aquella
puñetera paloma. Y aborrecía la esclavitud de las ideas tanto como la
esclavitud física."
Loro: Dejémoslo para otro día, que el Tato está
cerrando el bar.
Yo: La gran genialidad de Barnes, no sólo con el
ruido del tiempo, es que su obra es un torbellino de inteligentísimas reflexiones
filosóficas y artísticas. Nos hemos dejado en el tintero ideas tan interesantes
como su guiño a la visión tolstoyana de la historia (“nada comienza nunca de
manera tan concreta. Empezaba en diferentes lugares y en mentes diferentes”), su
referencia a que el genio y el mal son incompatibles (me encantaría rebatir esa
afirmación con ejemplos como el de Polanski, Caravaggio o Kevin Spacey), la
relación del poder con Wagner (desde la óptica de Berlín y de Moscú), el choque
del comunismo y del capitalismo cuando Shostakovich viaja a Nueva York (“¿Y qué
esperaba de América? No, desde luego, capitalistas de caricatura con sombreros
de copa y chalecos de barras y estrellas desfilando por la quinta avenida y
pisoteando al proletariado famélico”), el miedo en todos sus aspectos, etc. La obra de Barnes es una sucesión infinita de
insinuaciones y frases ingeniosas, cada una de las cuales darían para empezar
un libro o realizar una crítica tan larga como ésta.
Loro: Recuerda que, dice Geoffrey Braithwaite,
el narrado ficticio de Barnes en el “loro de Flaubert” que Flaubert detesta a
los críticos porque son autores frustrados.
Yo: afortunadamente esta crítica no la firmo yo,
sino Charly Parker o el bisnieto de cuerpo verde y garganta roja del loro de
Flaubert.
[1]
Ilustración de Auguste Leroux para Un Coeur Simple de Flaubert.
[2] En la fotografía:
Dmitri Shostakovich, Vladimir Mayakovsky, Vsevolod Meyerhold y Alexander
Rodchenko.
[3] Vera A.
Lyubimova "La llegada de Lenin a Petrogrado el 3 (16) de abril de
1917".
Pavel Filonov “El Banquete de los Reyes”
Pavel Filonov “El Banquete de los Reyes”
[4] <<La
muerte de Séneca>> por Manuel Domínguez Sánchez
[5] <<Napoleón
cruzando los Alpes>> de Jacques-Louis David.
[6] <<Washington
cruzando el Delawere>> de Emanuel Gottlieb Leutze.
[7] Fotograma
de la película «J'accuse», de Roman Polasnki. Aparece una recreación del
periódico en el que se publicó el artículo «J'accuse» de Emile Zola.
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